Nunca me importó si mi persona llamaba la atención o era mejor que otra en algo. Lo que hice, lo hice siempre por propia voluntad y sin esperar palmaditas en la espalda. Si lo pienso bien, creo que han sido muy pocas las ocasiones en que me han felicitado por algo. Sin embargo, cuando me he equivocado, he soportado mil reproches. Parece ser que el ser humano tiene la tendencia innata de jactarse con el pisotón y el avasallamiento.
Lo que siempre repito a los que me rodean, a los que me quieren (que normalmente, en la vida de cada uno y cada una suelen ser muy pocos en realidad) es que mi madre me enseñó siempre a ser agradecida, a no dar por hecho que los demás tienen la obligación de apoyarme o ayudarme. Respiro una gran falta de humildad y sencillez en las calles. Tropiezo con miradas muy altivas demasiado a menudo. Damos por hecho que nos va a venir todo dado.
No pretendo caer en el drama. Pero esta vida preestablecida, que el lanzarse al cuello del débil es tradición, casi un deporte.
Sé que nos quieren programar para callar y asentir, que entre apretones de manos, trajes de marca y muecas sonrientes, pretenden hacer del mundo un late show en el que machacar al rival más débil.
Con todas mis neuras, mi inestabilidad, mi inseguridad, mi mierda mental, aún tengo claras algunas cosas, poquitas, pero muy claras. Conmigo que no cuenten."
TLPDA
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